martes, 8 de octubre de 2013

Que los siga cumpliendo hasta el año 3.000

Otro año más. A mi me gusta cumplir años, creo que es de mis celebraciones favoritas, aunque a veces dé pánico empezar un año más. Porque cada previa al onomástico es una noche vieja privada que se celebra. El día del cumpleaños es el año nuevo personal e intransferible para cada ser humano.

Cada año que pasa es un renacer o un entierro. Se dejan atrás cosas, personas, vidas, experiencias, se comienza de cero algunas otras. Sí, ya sé, me puse romántica. Esta es la prueba de que puedo serlo, para los que dudaban que tuviera esa faceta en mi personalidad.

No sé por qué razón me gusta tanto cumplir años, no sé en qué momento a tantas personas les comenzó a gustar mi escándalo para celebrar. Espero que sea porque pasan bueno, porque me ven hacer el ridículo e irme temprano con los tacones en la mano y medias rotas, porque me enredé en todo, y porque como sea se divierten.

Y no, no es vergonzoso sentirme feliz, tomarme unos tragos, perder la cabeza una vez en mi año para comenzar un nuevo, borrar el cassette para empezar a grabar de nuevo.

Este año no postearé lista de regalos de cumple, creo que maduré. Aunque no me han dejado de gustar las carteras, las medias de deditos, la gomitas, los hombres guapos, el licor y las putas. Tal vez, un próximo cumpleaños podamos celebrarlo con ellas.

No sé a qué voy con este post. Como todos mis post, comienzo con una cosa y termino con otra.  Fijo debe ser por eso que dicen que cada año es uno más hacia la muerte. No quiero que se me muera el espíritu festivo, las ganas de perder la cabeza, mi hermosa capacidad de hacer el ridículo.

Ahorita mismo me siento como si hoy fuera 31 de diciembre... me quedan unas horas, antes de dejar atrás este año. Antes de comenzar uno nuevo. Ya me puse trascendental. Quizás es la falta de un guaro.

Menos mal, a este año nuevo personal no hay que hacerle promesas ni propósitos falsos, no hay que hacerle trampa, no hay que tramarlo.

Pero, tengo propósitos, por ejemplo, acabo de empezarlo volviendo a escribir, para aburrirlos a ustedes.
Para decirles que no es cierto eso de que cada etapa de la vida es mejor, me siento igual de perdida que a los 20, igual de perezosa que a los 13, igual de mamona que a los 19, igual de llorona que a los 2, me siento igual de perdedora que los 17, e igual de ganadora que a los 22 cuando terminé la primera carrera, e igual de feliz y amargada que siempre.

Lo único que cambia es la forma en que vemos todo, ahora sé algunos trucos para encontrarme, sé cuando dejar que me gane la pereza, sé con quién debo ser mamona, sé llorar cuando es necesario, sé que perder no es ganar un poco, sólo es perder con dignidad; sé que ganar no es absoluto y sólo es momentáneo; y que la felicidad es mero concepto. Que ser amargado divierte. Refunfuñar también saca sonrisas.

No, no es que las etapas de la vida nos cambien, sólo abren los ojos, nos hacen conscientes. Cada año se lleva un poco de inocencia y nos deja un poco de entendimiento. Tal vez por eso se hace necesario la irresponsabilidad de la celebración, pasarse de copas, desaforarse, descontrolarse, perderse, irse, recordarse que a los  10, los 20, los 30, los 40... los 100, uno sigue siendo un ser vivo, complejo, susceptible, curioso, molesto.

Crecer no nos hace mejores, ni peores. No nos hace nada. Crecer es un círculo vicioso, que va como la teoría de ondas. Sigue siendo el mismo círculo, pero más grande.

A qué voy, otra vez, no sé, pero creo que no quiero y me niego a seguir creciendo. No quiero ser un adulto preocupado por la hora de dormir, por no excederme, por el qué dirán, no quiero ser un adulto absorto que cometió infanticidio con el niño que llevaba dentro.

Así que si me disculpan, voy a tomarme una cerveza de intermedio, para despedir y saludar mis años, en martes, como una buena irresponsable que no quiere que la vida se le vuelva trabajar para vivir y vivir para trabajar, con mucho miedo de vivir. ¡Salud!

¡Feliz cumpleaños a mi, y que los cumpla hasta el año 3.000!

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