domingo, 8 de noviembre de 2009

Retratos

Disparó una, dos, tres veces; tal vez más, el cuerpo quedó expuesto. Antonia disfrutaba tomarse fotos desnuda mientras se masturbaba, las regaba por los sitios que frecuentaba sin que le vieran. Esa era su rutina:tirarlas por corredores, pasillos y demás estancias que frecuentaba. Este acto era considerado inmoral para quienes tildaban de obscena su conducta, pero en secreto deseaban conocer a la famosa mujer de los desnudos.

Su vieja polaroid de instantáneas le permitía jugar a su antojo en los baños, bajo los manteles o en el vagón del tren. Tomaba fotos de sus senos, de su abdomen, de su pubis. En ocasiones, en su casa, desnuda frente al espejo del tocador, escribíacon lápiz labial rojo en su pecho.De cuando en cuando dejaba que el punto de una "i" terminara en su pezón, se acariciaba el torso buscando su sexo.Llena de imágenes de noches pasadas por humedad y alcohol, caía en un sueño recurrentedonde aquel extraño de rostro serio y postura rígida, que le recordaba las estatuas griegas de los adonis, la tomaba de la cintura y la sentaba en sus piernas para entrar en ella. Besaba sus pechos y acariciaba sus caderas con el vaivén de la penetración, de cuando en cuando mordía suavemente sus labios, recorría el cuello y los hombros con su boca. A veces gustaba de tomarla fuerte del cabello y llevarla hasta él como una especie de señal de control sobre ella. Al abrir los ojos fotografiaba su rostro para dejar registro de cada noche con él.

Un diario amarillista local hizo todo un escándalo de sus extrañas mañas, por la serie de fotografías y las palabras lascivas que escribía en ellas, e incluso publicó algunas. Muchos señores, casados y solteros, fieles seguidores, enloquecían por conocer su identidad.

Uno de ellos era donAugusto; un viudo, señor pudiente del pueblo, quien en secreto mandaba a su jardinero en misión diaria para que le consiguiera de esas maravillosas fotos que con tanto recelo guardaba en un cajón de su mesa de noche con llave. Antes de dormir le daba vuelta a la foto de su difunta esposa, y detrás de esta colgaba la foto que le hubiesen conseguido de día, contemplándola mientras sus manos se deslizaban dentro del pijama para agarrar su miembro erecto y fantasear con ella. Normalmente sus sesiones nocturnas terminaban en una eyaculación silenciosa.

Pero no era solo don Augusto. Sus fotos también seducían mujeres.Una de ellas era una joven llamada Marina, que exploraba su sexo observando los senos tersos de Antonia y sus pezones erectos que incitaban a ser saboreados, a ser recorridos surco a surco con la lengua.

El revuelo que causó la noticia la impulsó a tomar la decisión de irse, estaba cansada de vivir en ese mugroso pueblo. Pensaba que en medio de todo esto solo le importaba ese sujeto que no conocía, que escribía columnas de política de manera tan culta en un diario tan mediocre. Pero le daba igual... no lo seguiría y ahí terminaría todo. ¿Quizá si lo hubiera conocido?... Pero ya no tenía más tiempo, así que dejó pasar ese pensamiento y se concentro en la polaroid, que parecía estar fallando.

Parada en el semáforo, esperando la luz verde, levantó la cámara a la altura de su cara para examinarla. El flash se disparó sin haber presionado el botón. Tendría que comprarse una nueva para sacar instantáneas en la ciudad. Su rostro blanco quedó plasmado en el papel, resaltaban los ojos negros y profundos, —¡Maldito aparato! —masculló.

El hombre a su lado la miró y en un movimiento rápido alcanzó la foto justo antes que tocara el pavimento. La levantó y se la ofreció. Mirándole fijamente la tomó en sus manos sin apartar la vista del él.Sacó el lápiz labial rojo, escribió sobre los labios su nombre y se la devolvió. Cruzo la calle y doblando en la esquina, sin mirar atrás, entró en el terminal de buses para luego desaparecer entre la gente.

8 de noviembre de 2009

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