jueves, 7 de enero de 2010

Cineclub

Martina hizo una mueca de fastidio cuando Ana abrió las cortinas y el sol le dio en la cara; era temprano aún y no quería ponerse en pié, pero ella insistió. Se levantó perezosamente, estregando sus ojos y moviendo la cabeza, tratando de estirarse. Detestaba tener que levantarse muy de mañana, más aun en domingo pero, estaba ese tonto cineclub al que le había prometido ir y ya no había ni una excusa que valiera después de postergarlo por semanas.

Entró en la ducha. Se escuchó un chillido. Un chorro frío le cayó en la espalda. El agua caliente se había acabado. De mala gana volvió al ruedo, esta vez metió primero una pierna, luego la otra, las dos manos y finalmente el pecho, sus pezones se endurecieron y los poros de su piel se erizaron, el tono canela de su piel parecía más intenso. El jabón olía a miel. Lo deslizó por los senos y abdomen, por el vientre y las caderas. Las manos climatizadas tocaron los labios de su vagina, su clítoris reaccionó a la caricia y haciendo movimientos circulares lentos con sus dedos se entregó a unos instantes de placer como lo hacía con frecuencia en las mañanas.

Salió tiritando, el olor a café inundaba la habitación de la pequeña vivienda y vino a su cabeza algún vago recuerdo mientras se vestía para ir a la casa de campo de los padres de su amiga, donde estaba planeada una tarde de películas con unos amigos de esta, de los que sólo sabía que eran unos cinéfilos intelectuales; por tanto no se le antojaba nunca ir. Realmente, esta actividad le molestaba porque no tenía ni idea del tema. Lo más cerca que había estado eran los cortos de softporn que pasaban por televisión los viernes en la noche por un canal de cable.

Entró en la cocina y el desayuno ya estaba listo. Tostadas, huevos fritos y café negro. Comieron rápido y en silencio. No preguntó nada, tampoco se inmutó en abrir la puerta a quién las llevaría de “paseo”. Tomó el bolso y alcanzó a los otros en la salida. Dijo un hola seco al sujeto parado en las escalas, que no apartó la mirada de ella mientras caminaba hacía el auto.

Sentada en la silla trasera solo podía ver los ojos negros del conductor que de cuando en cuando se fijaba en ella y volvía al camino. Ana desde el asiento del copiloto puso la radio y rompió el hielo presentándolos. - ¡Martina - Gabriel! - Levanto la cabeza un poco a manera de saludo -Un gusto- y volvió a mirar por la ventanilla sin esperar la respuesta de este.

Durante el camino las únicas voces que se oían eran las dos en los asientos delanteros, a veces reían fuerte y volvían luego al tono suave de la conversación llena de nombres, fechas, canciones y lugares que ella desconocía.

Una hora después, el carro se detuvo frente a la entrada de madera, descendieron y ya el sol estaba casi sobre sus cabezas apuntando el medio día. En la entrada de la casa los esperaban el resto de acompañantes, un chico de estatura media, moreno y de contextura enmarcada, la cual resaltaba con su ceñida camiseta; y una chica rubia de gafas que daba la impresión de ser una comelibros.

Descendió con desánimo del auto. Los rayos del sol pegaban en su cabeza haciendo ver como fuego el rojo de su cabello, entrecerró los ojos para ver mejor y caminó contando los pasos; mientras Ana y Gabriel se adelantaron para los demás. Cuando los alcanzó en la entrada de la casa de campo le presentaron a Andrés y María, la rubia comelibros, que siempre daba la mano diciendo su nombre en voz alta para que quedara claro.

Entraron en la casa, ella de última siguió a los demás sin preguntar qué harían. Pasaron por la sala, subieron las escalas y entraron en un cuarto a mano derecha; estaba tapizado, no había camas ni sofás. Grandes cojines y almohadas, luces tenues y un estante de licores al fondo del cuarto adornaban el espacio. En la pared a la izquierda de la entrada estaba un televisor grande. Unos cuantos DVD’s junto al aparto apilados eran muestra de lo que sería su día.

Se sentó en un cojín junto a la ventana, desde allí podría distraerse mirando el verde campo si se ponía tediosa la película. Junto a ella Gabriel y María. Ana y Andrés ocuparon otro lugar. Que cercanos, pensó ella, no sabía que su amiga saliera con nadie.

Gabriel se levanto y sirvió unos tragos. Luego se acerco a poner uno de los DVD’s. Andrés cambio de lugar para sentarse junto a la comelibros. Por el rabillo del ojo vio como éste le ayudaba a deshacerse de su jersey; pensó que se había equivocado con su amiga. Los senos redondos quedaron en evidencia, se podían contemplar con tremendo escote que traía María. Su percepción de ella cambió, ahora se veía más sensual ¿No traía sostén? Miro de frente y vio que los pezones resaltaban a través de la delgada tela de camisa. Estaba tan concentrada en ello que no se percato de que el video ya había empezado.

De cuando en cuando sentía la pesada mirada de Gabriel puesta en ella y sentía un dejo de incomodidad. Las rondas de tragos iban y venían cada vez más rápido. Poca atención presto al televisor puesto que se sentía distraída pensando que tanto le miraba ese sujeto y viendo los senos de la devoradora de libros que para ese momento tenía cara de devoradora de hombres.

Se llevo una gran sorpresa cuando trato de concentrase en la historia que se llevaba a cabo en la pantalla. Estaba llena de escenas eróticas y sexuales, mayor sorpresa fue al ver como en el cuarto el ambiente se iba calentando.

Su amiga besaba a Andrés y acariciaba entre sus piernas, buscando desesperada quitar todo obstáculo que impidiera a sus manos estar piel con piel, él por su parte ocupaba las suyas con los senos de ésta, sobándolos y a veces apretando un poco.

La intelectual rubia se divertía viendo como Gabriel se tocaba dentro del pantalón, sin apartar la mirada de ella. Sintió pudor y calor. No entendía que pasaba. Se puso de pie para salir, pero María la tomó de la mano llevándola hasta ella y la besó, al principio se quedó muy quieta, pero fue cediendo… su lengua rozó la de ella, era tibia y quería tocar sus redondas tetas, saborearlas, tenerlas en su cara, contra ella, bajó besando el cuello de ésta y sus dedos juguetearon con las puntitas rosadas que resaltaban sobre la tela, sacó los botones y pego su boca de estos, estaban tan duros, cerró los ojos y dejó que ella metiera su mano bajo la falda, dejando que sus líquidos le lubricaran los dedos.

Ana se unió a ellas, tocando sus caderas, luego Gabriel se paro detrás de ella y la penetró, entendió que era la invitada de honor y supo qué hacer con el otro miembro mientras las chicas la tocaban. Metía en su boca el pene de Andrés, ayudada de sus manos lo masturbaba. Se dejó degustar como un manjar dispuesto, se dejo contemplar como una obra en exhibición, los dos hombres probaron cada orificio de ella como catando el mejor lugar para dejar sus tibios espermas.

Estuvo en cuatro con Gabriel atrás y Andrés en su boca, mientras veía a su amiga y con la bibliotecaria besándose, lamiéndose las piernas, las vaginas, apretando la redondez de sus tetas, las lenguas jugueteando le lamían, estaba húmeda, sentía sus fluidos regarse, dejar huella en el grande y delicioso miembro del sujeto que arremetía en ella por detrás.

Del otro sujeto se encargaron las chicas y quedó sola con el pene de Gabriel el su trasero. Se dio vuelta para verle de frente y le besó por primera vez, fue suave y tierno, sus manos juguetearon en ella, le subió las piernas al pecho y la penetró nuevamente, con fuerza, queriendo llegar más allá de donde podía llegar, la hizo pedir más y más y más, acaricio su clítoris hasta que no pudo contenerse y se vino en él, un segundo después vino su orgasmo.

Quedó exhausta, tendida en el suelo al lado de éste, escuchando gritos de placer y lujuria, sin querer comprender que había pasado en ese cuarto. Luego de unos minutos sólo sonaba el televisor y la respiración agitada y a veces pausada de todos los presentes.

7 de enero de 2010

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