domingo, 1 de diciembre de 2013

Tres años sin olvido: La Gabriela

No fue sólo capricho de la naturaleza, sino también malos movimientos en la administración, la falta de conciencia del pasado, designios del destino y de una pacha mama cansada. La avalancha desmedida, desbocada, feroz que arrasó con los sueños, la felicidad y la vida de 82 personas hace 3 años.

Bajo un cielo resplandeciente de azul, sin nubes, y con un brillante sol de un aparente y fugaz verano, la vida se apagó. La tierra sepultó el futuro de cientos de personas, no sólo de los que murieron, también de los que quedaron, de los que se fueron, de los se quedaron.

No se olvida aquella tarde del 5 de diciembre de 2010, cuando a Calle Vieja parte de su mundo se le vino encima, toneladas de tierra, escombros y basura rodaron, la sepultaron. No fue un entierro digno.

Eran las 2:00 p.m. y el sol ardiente afuera era como un presagio de que ese día no habría damnificados de la lluvia, como en los últimos días de un crudo invierno en el país. Al menos ese día muchos dormirían tranquilos.

Cinco minutos después, y durante los siguientes 17 días nadie más dormiría esperando sus muertos, su destino. Esperando los restos de lo que la negligencia y el invierno les quitaron. Un cuarto de hora de solidaridad que se esfumó cuando la última retroexcavadora abandonó la carretera destapada y dejó atrás la insalubridad y la tierra fétida de dos semanas de tragedia.

La angustia y la desazón de no saberse de ningún lugar, de ningún territorio así fueran colombianos. El desparpajo de una administración con una única preocupación, terminar el periodo de gobierno y zafarse de los damnificados.

Si se preguntan por estos años: se sigue teniendo miedo con cada aguacero que cae, cada que se estremecen los vidrios de las ventanas, cada 5 de diciembre que se recuerda. Han pasado tres años, nadie ha dormido tranquilo. Día a día, los vivos, recuerdan los muertos. Recuerdan su pasado.

Eran vecinos. De esos extravagantes que sacaban equipo, hacía sancocho, armaban baile en frente y no dejaban dormir. Esos que cuando salías o llegabas del trabajo te preguntaban cómo te fue. Esos que hacían las novenas, daban aguinaldos a los niños.

Doña Virgelina, tenía un almacencito de chucherías, hacía novenas y de la mercancía, empacaba sorpresas a los niños que iban. Su casa era como una selva, llena de matas y siempre se le veía a las 6:00 a.m. regándolas. Nunca sin una sonrisa en al cara. A ella la encontraron dentro del apartamento 202 del edificio luego del impacto de la avalancha.

También de Dovier, que le decían el Loco, tenía una moto, una DT. Cuando estaban construyendo esa mole que contuvo gran parte del derrumbe, él se apuntó para trabajar allí. Esos adobes y pisos, esas columnas que evitaron que más gente muriera, tienen su trabajo. Las jornadas que dedicó a 'camellar' ahí. Le gustaba fumar y echaba chistes, se paseaba por el frente de una casa vecina porque le gustaba una pelaita de ahí que se llamaba Mayra. Cargaba las cosas pesadas y no dejaba que las señoras que también trabajaban construcción lo hicieran. Tenía una energía que valía por la de 10. A él lo encontraron sepultado con Mayra, la mamá y el sobrino.

Como ellos, otros 80 casos. Han pasado 3 años, siguen ahí, en el mismo lugar, pero las cosas han cambiado. No son los mismos, les sigue faltando algo. Tienen ese hueco enorme en la montaña y en el alma. No se les olvida. Entonces, la familia está bien, la familia de muchos vecinos está bien, pero, todos perdieron a alguien, todos perdieron algo. Y tal vez, sólo ellos se acuerdan.

Las cosas no pasan hasta que te pasan. Por eso yo no olvido, recuerdo y escribo en memoria de los 82 que murieron y de los cientos que quedaron, la Gabriela sin olvido.

* Un reconocimiento especial a todos y cada uno de los que apoyaron a la comunidad. A todos esos que 3 años después, siguen recordando a pesar de que a ellos no les haya pasado.




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