martes, 10 de noviembre de 2009

Cenizas al viento

Tomó un sorbo de café y puso la taza sobre la mesa. Se acomodó en la silla sumergiéndose en sus cavilaciones. Una suave brisa chocaba con su cara y le hacía sentir un poco de paz. Sé sentía ausente de sí, con un hueco en el alma, con desazón.

Cada que trataba de llenarse de algún amor terminaba quedando en el más absoluto de los vacíos, tantos intentos fallidos, tantas horas pérdidas, tantas ilusiones frustradas, kilocalorías invertidas en uno tras otro proceso de enamora-miento; por qué eso era: una mentira, todos esos afectos recibidos y que al despertar se los llevabas el viento, las palabras adornadas, las miradas postizas, deseos fingidos, promesas rotas y besos simulando sentimientos… cada uno se lo llevaba aquella brisa tibia del momento.

Ahora comprendía el principio físico de las ondas y la propagación en el medio, cada persona que llegaba chocaba con su medio creando una perturbación que se expandía por su cuerpo, y cada una con su fuerza natural a medida que se hacia más grande iba desapareciendo, como cuando cae una piedra en las aguas tranquilas y los círculos se forman a su alrededor cada uno seguido de otro de diámetro más grande pero volviéndose débil cada momento.

Difícil definir lo que sentía ahora, allí en su asiento con su pose tranquila sin mirar a ningún lado, tratando de detener los recuerdos. Una larga lista de desaciertos pasaba como una película en su mente y se preguntaba cómo su sentido común, su radar natural no le previno a tiempo. Se dejó caer sin mirar en cada uno, pensando que las falsas promesas amortiguarían el impacto contra una realidad irrefutable, una realidad que hasta un tonto vería.

Bebió un poco más de café, y sintió el sabor de algunos labios y vio en sus manos huellas de algunos dedos que le habrían rozado en el pasado, trato de limpiarse con un pañuelo pero no salieron las marcas, se aplico su perfume pero el hedor en su piel lo siguió sintiendo. Qué terrible sensación de desasosiego, era como una fractura cardíaca, como una discapacidad emocional, ¿Cómo llenarse de lo qué no eres? ¿Cómo llenarse de lo qué no se tiene? ¿Cómo llenarse de lo qué no das? ¿Cómo deshacerse de lo qué no estás sintiendo? Buscó respuestas y no las halló, no ahí, no dentro sí, porque dentro no había nada más que pequeñas bolas de heno rodando sin rumbo por el cuerpo.

Encendió un cigarrillo, aspiro profundo y por primera vez sintió que tenía algo dentro. Al menos el humo calmaba sus nervios, fumo despacio, sin prisa, dejando que llenara todo hasta los huesos, sin saber cuantos minutos trascurrieron, encendió otro y otro, y tal vez otro hasta terminar su café.

Miro las hojas sobre la mesa, tomo el encendedor y les prendió fuego en el cenicero, o eso creyó, el fuego ardía pero nada consumía, entonces trató de apagarlo pero tampoco pudo, sentía el calor en su piel pero dolían más los recuerdos, desistió de la idea, se incorporo para irse, pero, al dar la vuelta las llamas alcanzaron su camisa y le devoraron tan rápido qué no se dio cuenta que sus fracasos fueron el catalizador de aquel incendio, que no podía huir, ni esconderse ni escapar de su mente. Sólo cenizas quedaron… cenizas al viento.

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