“¡No dejen entrar más! ¡Esperen el otro tren! ¡Oiga
hijueputa no me sobe! ¡Qué gonorrea de servicio!” – Hoy viajé en Metro y sentí
que me gané el Baloto, qué fui afortunada, qué Dios se acordó de mi por un
momento; luego de intentar inútilmente llegar a tiempo a casa, cosa que nunca
sucederá en este valle. Sí, logré viajar en Metro, logré subirme en la estación
Industriales pero vía al sur, para devolverme hasta el norte. Viajar en metro
pasó de ser un servicio de bienestar a un privilegio que solo se dan quienes
toleran y empujan, pasamos de ser cultura pujante a empujante.
Tardé tres horas en llegar a mi casa, mientras atónita veía
como ríos interminables de personas en las estaciones hacían filas, se
sentaban, se empujaba, se emputaban. Las frases de arriba no me las inventé, incluso
me censuré para escribir el resto que escuché y lo que vi. No, no hablaré de la
Cultura Metro, solo contextualizo mi viaje en tren durante dos horas, cuando el
sistema más eficiente e innovador de Medellín dice que debería tardar sólo cincuenta
minutos. Entiendo que hoy fue un caso ‘especial’ como decía el informe en el
parlante del tren, pero no creo que sea distinto el resto de días. Durante el
viaje pensé todo lo quería decir en medio de ese sonido agitado, convulsivo y
agreste de la hora pico en el tren más admirado del país.
Parece increíble que un sistema pensado para mejorar la
calidad de vida, el desarrollo social y la cultura de una sociedad, se haya
convertido en un problema mayor que el que trató de solucionar a finales del
siglo XX; que ahora incluye problemas de convivencia, de tolerancia y de
respeto por los demás, además de los problemas de movilidad que busca
solucionar desbocando todo el transporte del Valle de Aburrá en sus taquillas.
Quizás crean que es una cátedra goda o una queja de alguien
enajenado que no ama su tierra y en este punto, señor lector, déjeme decirle
que puede parar de leerme porque tal vez ofenda su muy liberal forma de pensar
o su enorme ‘sentido de pertenencia paisa’, y si no entiende las comillas le
diré que en este texto no encontrará la explicación. Y aclaro, esta es mi
apreciación personal del tema.
No sé qué momento puede ser más desastrozo, si el de planear
un sistema de movilidad con vida útil de 10 años (que ya desbordó su capacidad
hace rato) en una ciudad que crece desmedida; o bien a quién se le ocurrió que
la manera de mejorar la movilidad era volcar todos los pasajeros y rutas al
Metro. Parece que no fue suficiente con sacar sistemas de transporte más
eficientes y limpios a mediados del siglo pasado, sólo por el bien particular
de algunos. Quitaron el tranvía y ahora ven lo importante y necesario que es, y
tuvieron que volver por él. Y así nos seguiremos yendo.
Aclaro que el problema no es el medio de transporte, sino el
sistema que se usa para administrarlo e implementarlo. Copiamos modelos de
otros países pensando a medias en la infraestructura, sin tener en cuenta que
tanto el factor social como la geografía son distintos, somos felices
extranjerizándonos y por eso sacrificamos la verdadera calidad de vida,
tratando de imitar a otros. Nada raro en nosotros, y si no cree, lea el titular
con la voz de la traducción al inglés de los mensajes del Metro.
Hay un grave problema de planeación que olvida la geografía
montañosa, la estrechez de este Valle y su imposibilidad de ampliar vías
paralelas al río, sumando a esto que no se tiene en cuenta el crecimiento
poblacional para planear mejores estrategias para la movilidad. Y no es un
problema que deba resolver solo Medellín que es la ciudad más grande, es que es
un problema del área metropolitana, debe ser un esfuerzo conjunto para
construir mejores estrategias que involucren todos los transportes.
A esto también se suma el asunto de la regulación de compra,
venta y circulación del transporte. Me causa gracia que todos se tiren la
pelota, políticos y ciudadanos. Que se crean moralmente superiores por andar en
bici o que un auto particular insulte a quién anda en ella y se crea con
derecho total de la calle, o que un busero hable mal de Metro o que, esta
institución que ya no da abasto; insista en que es la mejor, única y verdadera
forma ágil, rápida y segura de llegar a casa. Creo que todos los medios pueden
tener cabida en las vías de este parqueadero grande que se volvió la ciudad,
pero es necesario, repito, ajustes y controles para los medios de transporte.
Es absurdo pensar que más de cuatro millones de personas
anden en bicicletas, o en autos, o en buses o sólo en tren o bus articulado.
Sobre todo más absurdo que el tren quiera acapararlos a todos, comprimirlos en
un vagón y pretender un buen comportamiento social cuando no cumple su promesa
ágil, rápida y segura.
Escribo tal vez, con mucha subjetividad porque es
inconcebible que se siga pensando en el bienestar personal sobre el colectivo,
y que gracias a esto sigamos soportando filas de horas para llegar a casa o
pagar dos buses para pasar de un barrio a otro, o que nos tiren el carro en la
autopista o que un ciclista llame idiotas a quiénes tiene auto. Es una
intolerancia colectiva producto de la carrera por ver cómo poder llegar primero
que los demás.
Pero como dijo la señora a mi lado, luego de ser arañada, insultada, doblarse el pie y ser estrujada para montarse: Dios bendiga al Metro. Porque no sólo para pensar en el bienestar personal somos buenos los paisas, también para tener esa moral superior de acribillar a aquél que hable mal de esa sagrada institución llamada Metro, que se convirtió en una religión para esta sociedad, y la religión como dicen, es el opio del pueblo. Seguro por eso no fue importante para ella que le dijeran “¡perra hijueputa, deje de estorbar!” y responder “¡coma mierda!” porque claro… God bless the Metro system!
PD: Ojalá la sagrada institución no me excomulgue y me mande a bajar este texto porque daña la favorable imagen que tiene todos de ellos.
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