martes, 14 de febrero de 2012

La Cabaña

El camino se abría a través de la maleza. Había llovido horas antes, aún estaban mojadas las ramas bajas de algunas plantas silvestres. Bajó del auto, sacó su maleta de mano, cerró la puerta y encendió un cigarrillo. Se dirigió hacia la vieja cabaña. Caminó con cuidado, tratando de no resbalar por la humedad del piso, se agarró de algunos troncos de árboles para darse firmeza y no caer. Las botas del pantalón empezaban a embarrarse. Sin prisa siguió el sendero, los rayos del sol a penas penetraban, aún quedaban unos minutos de camino antes de llegar. Dio la última bocanada y arrojó la colilla encendida a un pequeño charco pantanoso que se había formado en el suelo, rechinó al caer y un poco de ceniza quedó flotando.

A lo lejos pudo ver el techo gris, envejecido, acabado por los fuertes climas que azotaban la zona en algunas épocas del año. Llegó a la verja que separaba el jardín del resto del bosque, estaba descolorida y raída por el paso del tiempo.

Desde allí podía ver la montaña que se alzaba detrás de la casa, contempló el paisaje, respiró hondo hasta llenarse de aquel aire limpio del campo. Cruzó el sendero y subió los escalones de madera. Sacó la llave del bolsillo derecho, un objeto brillante chocó contra el suelo, era su anillo de bodas, se agachó a recogerlo, lo contempló unos segundos y se puso en pié. Hundió la pieza de metal desgastado en la cerradura, giró, se oyó un click suave y la puerta se abrió chirriando.

Encogiéndose de hombros, entró con desgano, la casa estaba fría y oscura, el polvo estaba por todos lados, las telas de araña pendían de algunos rincones. El tiempo habían pasado evidentemente por el lugar y por su mente. Recordó las voces que en antaño la inundaban, el olor a café que salía de la cocina en las mañanas, a Salvador, su perro, ladrando para despertarle y su madre gritando que bajara a desayunar.

Dio cuerda al reloj de la sala, eran las diez de la mañana, las manecillas empezaron a correr, subió a su antiguo cuarto y soltó la maleta en la cama, la abrió para sacar de ella algo más cómodo. Después de cambiarse se dispuso a organizar un poco, así que empezó por allí, puso música y empezó sus labores, el resto del día se pasó escuchando a Chopin y limpiando. Al caer la tarde todo estaba listo, tenía un aspecto más acogedor y menos sombrío.

Llevó la música a la cocina. Hizo chocolate, panes y huevos y se sentó a comer, contemplando la montaña a través de la ventana. Terminó pronto y llevó los platos al fregadero, helaba demasiado, así que decidió dejarlos para luego.

Se fue a la cama temprano, esperando que amaneciera pronto. La noche se hizo larga, despertó varias veces en la madrugada sudando y con un poco de miedo, no dejaba de soñar que le asesinaba.

Los pájaros anunciaron la llegada del nuevo día y con él, un sol más brillante que el día anterior, el cielo estaba azul y sin nubes. Se quedó unos minutos más entre las sábanas, escuchando la mañana.

Un ruido brusco le sacó de la cama, se paró precipitadamente, con el corazón agitado. Esperó un poco y escuchó cerrarse la puerta, le temblaba el cuerpo, se estaba paralizando de miedo.

Una voz gruesa gritó desde la planta baja - ¿Estás aquí? - Descansó, era Marco. Contestó titubeante –Sí, aquí arriba, dame un momento me cambio y estoy contigo – Se sentó en el borde de la cama, tratando de calmarse, pero se asustó más al recordar sus sueños de la madrugada.

Su figura grande, de hombros anchos y espalda larga, se hizo más imponente al ponerse de pie. Giró sobre sí, sus ojos negros y profundos, lograban incomodar cuando fijaban la mirada en alguien.

Tímidamente, se acerco para saludarlo con un beso suave y rápido cerca a los labios. Estaba tan cerca que sus senos rozaban el pecho de Marco. No pudo contener la erección de sus pezones, y él, la del pene en sus pantalones. Se retiró hacía el otro extremo de la cocina, buscando torpemente la lata de café.

- ¿Por qué decidiste venir?
- ¿Por qué no venir?
- No lo sé, dime tú...
- ¿En serio deseas saberlo?
- En serio quiero acabar con esto, no soporto tus chantajes.
- No van a parar, ¿acaso quieres que paren?
- ¡Sí, quiero que pares con esto!
- ¿Quieres que pare con esto? Señaló el bulto que se formaba en sus pantalones. Trató de ignorarlo, pero fue evidente la consternación, la lata de café cayó de su mano y se regó.

– ¡Maldición! –

Una sonrisa llena de satisfacción se asomó por las bruscas facciones del hombre, dejando ver que era un tanto mayor a lo que parecía.

Puso las dos tazas de café en la mesa y se sentó apartada de él, mirándolo a los ojos, como retándolo.

- Está bien, ¿qué demonios quieres?
- Ja, ja, ja, ja, te haces la tonta, eso no te queda. Te quiero a ti, aquí, ahora.
- No será así, no aquí.
- Dónde tú quieras, pero no me iré sin meter esto en tu boca.

Frunció el ceño con desagrado y molestia. Bebieron en silencio. Al terminar, ella se dirigió a la puerta, tomó su chaqueta y salió. Marco la siguió por el sendero detrás de la casa, rumbo a la montaña. Caminaron una media hora, el bosque se hacía espeso y oscuro.

Al llegar un claro, se detuvo y lo miró –Hazlo aquí –dijo.

Se abalanzó sobre ella, como los animales hambrientos sobre su presa. Desesperado y violento le quitó la ropa, descubrió sus senos, los acarició, los estrujó, los lamió hasta ponerlos duros, restregó su rostro contra ellos, dejando huella de su saliva. Respiraba profundo, parecía resoplando. El miembro duro quería salirse del pantalón, parecía estar a punto de reventar contenido en aquel estrecho espacio entre la tela y sus piernas.

Resistiéndose a mostrar placer, sentía cómo se mojaba, era una mezcla de fastidio con aberración, se contenía para pedir que la penetrara de inmediato, se dejaba manosear y estrujar, porque quería tenerlo adentro.

Marco metió las manos bajo la falda, hizo a un lado las bragas, metió sus dedos y los mojó, los llevó a su boca, saboreo los jugos de Rebeca, y nuevamente la lamió, esta vez en el pubis, cerca al clítoris, mientras sus dedos se deslizaban dentro de la vagina, y su boca tragaba todo lo que por ella salía.

No pudo refutar, la lengua ya estaba buscando en ella, la lamía por la pelvis, por los labios. No quería que parara, pero no soportaba más, sus paredes dilatadas pedían a gritos ser gozadas. Le agarró del cabello, halando para que se levantara, lo llevó hasta su boca y le besó, sus lenguas juguetearon, desesperada buscó abrir y sacar del aprisionamiento el pene de Marco.

Se dejó tocar, era la primera vez que ella le deseaba y quería tener su pene, así que la dejó, acariciaba su cara y ella se lo metía hasta la garganta, casi quedándose sin respiración. Escupiéndolo y tragándolo, así se mantuvo por un buen rato. Sentía aquella boca joven en todos lados, los testículos, la pelvis, la ingle, el ano. Ya quería penetrarla.

Esa sensación de ser penetrada, la primera vez que entra y sacia la sed de sexo y la última que acompaña al orgasmo, eso quería, tenerlo apretado y duro, en todos lados, hasta en su trasero. Deseaba sentirse cogida por él, esta vez no le importaba.

Le tiró al suelo, le abrió las piernas, despojándola de las bragas. Se deslizó dentro de ella y ambos se quedaron un segundo así, sin moverse, sólo sintiendo ese momento de la primera entrada, luego se agitó en ella, se iba contra su vagina, duro; entrando y saliendo con rapidez, estaban hirviendo.

Aguantó la respiración cuando entró, luego jadeó, gimió. Tocaba sus senos mientras se la tiraba, sobaba su clítoris, esta vez, moviendo las manos rápido, buscando reventar, mojar el pene, derramarse en él, gritar, sentía el calor, sentía que dolía pero se dejaba.

"'¡Puta!, eres mi puta y no te voy a dejar. De mi no te librarás, me tendrías que matar"

Los gemidos se hicieron más fuertes en ambos y los cuerpos se tensaron, ella se vino primero, apretando dentro de su vagina a Marco, él se metió hasta el fondo en ella y la llenó de su semen. Cayó sobre ella, sudando y exhausto. Estaba tan caliente que su pene no cayó, siguió entrando y ella pidiendo más, esta vez, la puso de rodillas, con el cuerpo doblado, echó un poco de saliva y entró sin avisar. Ella gritó por dolor, luego por placer.

¡Cógeme, fuerte! ¡No te detengas! ¡Soy una puta, soy tu ramera! ¡Hazlo duro, más duro! –mojada y agitada, se tocaba, buscando un segundo orgasmo.

Metía sus dedos para darle más placer, la penetraba con todo lo que podía, halaba su pelo y la llevaba contra su cuerpo, chocando fuerte. Iba a estallar. Estaba deliciosa y dispuesta para él, esta vez no se negaba.

Quería meterse en ella, no dejarla ir. Se vino en su trasero. Se encorvó, como reflejo natural de la eyaculación. Sentía cómo por sus piernas bajaba el producto del orgasmo de ambos, untó sus manos y lo saboreo.

Tendidos en el suelo, descansaron unos minutos. Rebeca se puso en pie y se vistió. Él la miraba en silencio. Adoraba esa figura infantil de ella. Contemplaba su espalda. Sus piernas. Sus nalgas.

- ¡No serás de nadie más!
- No eres mi dueño y no lo serás, con esto termina todo. Es la última vez.
- En este juego, tú no decides quién manda.

Le miró con una risita sarcástica. Se acercó por la espalda y lo abrazó, "Tú tampoco decides, hermanito", le susurró al oído. Sacó del bolsillo de la chaqueta un revolver y se disparó en la cabeza.

14 de febrero de 2012

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